LA ADOLESCENCIA DEL CEREBRO
En los años de
la adolescencia se
desarrolla la identidad y la autonomía
personal.
Su mayor
capacidad y autonomía confieren al niño la sensación de que es adulto, pero los
adultos siguen viendo solo al niño y aquí surge el conflicto.
En esta etapa
crucial el cerebro sufre cambios muy
importantes en su estructura. Cambios que van a estar marcados por
el momento biológico de su neurodesarrollo y por las
experiencias personales del adolescente.
Conocer mejor la naturaleza de
estos cambios puede facilitar la comprensión de esta etapa, a veces difícil,
tanto al adolescente como a sus padres. Al menos esa es la impresión que
tengo tras haber explicado el contenido de esta entrada en consulta en
múltiples ocasiones.
Quizá sea una buena idea que esta
entrada la lean los padres con sus hijos adolescentes.
Adolescencia y cambio
El proceso de maduración cerebral
–neurodesarrollo– empieza en la
concepción y continúa hasta la edad adulta. Dura aproximadamente 20 años.
Es un proceso ordenado por el que
las distintas áreas van alcanzando la madurez, siempre empieza por las áreas
posteriores del cerebro y avanza hacia las anteriores. El desarrollo
estructural y funcional del cerebro sigue un patrón universal que, en función
de la edad cronológica, permite distinguir etapas: primero el desarrollo anatómico –prenatal–, luego de la autonomía motora –de 0 a 3 años–, seguido del desarrollo del
lenguaje y del conocimiento del entorno –3 a 10
años– para culminar con el desarrollo de la identidad
personal –adolescencia–.
Durante la adolescencia
el crecimiento físico y la maduración corporal son más evidentes y rápidos
que en la edad escolar. Los órganos sexuales internos y externos se
desarrollan hasta alcanzar la capacidad reproductiva que les es propia.
La conducta, las emociones, las
relaciones sociales, la forma de pensar, también van a sufrir un cambio
espectacular.
El paso de la
infancia a la edad adulta no pasa desapercibido. Podríamos
decir que los cambios son igual de llamativos que los que suceden en los tres
primeros años de vida, durante los cuales un bebé recién nacido y completamente
dependiente, pasa a ser un niño autónomo que camina, habla y no lleva pañal.
En ambas etapas los cambios vienen
dados por el rápido crecimiento y cambios corporales, que se corresponden
con profundos cambios en la estructura cerebral.
En los 3 primeros años de vida,
para poder alcanzar la autonomía física, el cerebro aumenta de volumenengrosando
su corteza a expensas de la formación de redes neuronales. Esto incrementa
el perímetro craneal que crece a más
velocidad que nunca.
En los años posteriores, de los 3
a los 10 años, el volumen cerebral sigue aumentando pero a menor velocidad, al
final de la infancia el cerebro ha alcanzado casi su máximo tamaño. Aún crecerá
un poco más en la adolescencia, pero ahora los cambios son debidos a otros
fenómenos que van a modificar radicalmente su estructura.
El cerebro
adolescente sufre una reorganización. Mientras unas áreas aumentan de tamaño,
otras lo reducen.
Cambios en los circuitos cerebrales
Esto sucede porque es necesario
que aparezcan nuevos circuitos y conexiones que permitan sustentar el
pensamiento analítico que caracteriza al humano adulto.
Hasta ahora el
cerebro creaba circuitos para sustentar
sus funciones más necesarias: dotar de sentido a las percepciones,
controlar la postura y la manipulación, dominar el lenguaje y la comunicación.
A partir de ahora debe crear circuitos que
le permitan tomar decisiones basadas en el análisis crítico de
cada situación. Se intuye que estos circuitos serán mucho más complejos, ¿no?
En la adolescencia el
cerebro sigue perfeccionando sus capacidades cognitivas,
la memoria, el lenguaje, el aprendizaje complejo… aquellas habilidades que ya
domina y sigue utilizando consolidarán los circuitos que las sustentan.
Las dendritas y axones que los conforman formarán sinapsis (uniones de comunicación)
más rápidas, más maduras, que para ello se rodearán de mielina, una vaina que
acelera la comunicación. Las habilidades que no practique usarán menos los
circuitos que las sustentan y se «desharán» las uniones sinápticas en una
especie de poda de lo superfluo.
(Esto explica donde fueron mis conocimientos de latín y mis clases de piano…)
A la vez aparecen estos nuevos
circuitos de las decisiones, más complejos, que precisan de áreas cerebrales
más extensas, y a veces más alejadas, y que deben conectarse entre sí. La sede
principal de estos «circuitos decisorios» es la corteza prefrontal, la que está en la parte más anterior del
cerebro y por tanto la última en madurar según el programa general establecido.
La corteza prefrontal y el sistema límbico
La corteza
prefrontal humana es proporcionalmente mucho mayor que la de cualquier otra especie. En
ella tienen lugar las funciones cognitivas más delicadas: la toma de
decisiones, la planificación de tareas y tiempos, la inhibición de un
comportamiento inadecuado… y es la sede de nuestra autoconciencia.
También es imprescindible para la
interacción social, porque nos permite «leer» el comportamiento de los otros,
sus acciones y gestos, su mímica facial –con su carga de emociones y pistas
sobre su estado mental–. Antes de que el otro hable, nuestro cerebro puede
saber lo que está pensando.
Pero el adolescente
aún no ha desarrollado del todo estas habilidades prefrontales.
Además, para tomar decisiones no
basta con el análisis frío de los datos objetivos que nos llegan a través de
los sentidos, en nuestras decisiones intervienen inevitablemente las emociones
y aquí es donde interviene el sistema límbico.
El sistema límbico nos
permite procesar emociones y recompensas. Cuando nos lo estamos pasando bien,
cuando hacemos cosas emocionantes, el sistema límbico nos recompensa con
una descarga de dopamina, lo que nos produce
una sensación placentera.
En el cerebro
adolescente el sistema límbico responde con más fuerza a esa
recompensa en comparación con el cerebro del adulto.
Durante la maduración
cerebral de la adolescencia se integran los circuitos emocionales y cognitivos
y precisamente lo hacen en las áreas frontales.
En las áreas
frontales se controla y aúna lo cognitivo y lo afectivo.
Para que se produzca esta
«unión» entre lo racional y lo emocional se crean nuevos circuitos, nuevas
sinapsis, que al principio serán débiles y fácilmente cambiantes, hasta que la
habilidad de tomar decisiones mejore y, a fuerza de repetirse, se
consoliden.
Las hormonas sexuales
Pero eso no es todo, entran en
acción las que faltaban: las hormonas
sexuales.
Aunque las hormonas sexuales
están presentes desde las primeras etapas fetales –entonces intervienen
en los procesos de «sexualización» del feto– y ya inducen diferencias de
tamaño en las diversas áreas cerebrales. Tienen un papel muy relevante en
la adolescencia, sus niveles en sangre son muy altos, son las artífices del
cambio, intervienen en el desarrollo emocional, mental, psicológico y social
del adolescente.
Evidentemente las hormonas
sexuales marcan diferencias entre chicas y chicos, para eso sirven. No solo
porque las hormonas y sus proporciones son distintas para cada sexo, sino
porque aparecen a edades diferentes, antes en las chicas, y con patrones
distintos: cíclico en las chicas, continuo en los chicos.
Las hormonas sexuales femeninas condicionan
una maduración más precoz de las regiones frontales que procesan el lenguaje,
el control del riesgo, la impulsividad y la agresividad.
En los chicos las hormonas sexuales masculinas favorecen la
maduración de las regiones del lóbulo inferior parietal, en donde se integran
las tareas espaciales.
El hipocampo y la amígdala cerebral
también maduran y así se consolida la memoria individual y la afectividad,
imprescindibles para la formación de la
propia identidad. Ambas estructuras son también diferentes en
chicos y chicas, lo que contribuye a las diferencias del desarrollo
cognitivo y social durante la adolescencia.
Los cambios sociales
No todo es biología y genética,
los seres humanos estamos continuamente expuestos a influencias culturales y
educativas, a la relación con los otros y a nuestras propias
decisiones.
Nuestra experiencia vital deja una huella persistente en
nuestros circuitos neuronales, una huella única e irrepetible que
convierte esos circuitos en específicos para cada uno de nosotros.
El cerebro adolescente es más vulnerable a
las experiencias externas debido a la inestabilidad que tienen sus circuitos,
que están en cambio constante. Debe afrontar cambios muy importantes y a veces
se encuentra pendiente de un hilo, o mejor «pendiente de un circuito» que está
por consolidar.
Se espera del adolescente la
transición desde la dependencia familiar a la independencia social, y ello lo
aprende a través de las relaciones interpersonales y de grupo. Pero sus
iguales están en las mismas condiciones.
Todo es nuevo y por estrenar,
todo son cambios, impulsos, emociones… sin olvidar el interés creciente por la
actividad sexual.
La integración entre emociones y decisiones racionales aún
no ha terminado de madurar, la búsqueda de
la identidad propia tampoco –¿Quién soy yo? ¿Cómo soy? ¿Qué quiero
hacer?– y lo que antes parecía seguro se percibe como cambiante.
En general, el cerebro femenino es más sensible a los
matices emocionales y busca la aprobación social. Su prioridad es ser aceptada,
a través de las relaciones de grupo busca agradar y gustar. Los estrógenos
activan la liberación de dopamina (placer) y de oxitocina (apego), las
conversaciones íntimas con sus amigas fortifican estas relaciones sociales y la
liberación de ambas sustancias en el cerebro.
Por su parte, los chicos en
general buscan el trato social sobre todo por el sexo y el deporte. La
testosterona favorece la liberación de la serotonina, que tiene un papel
importante en la regulación de la agresividad, y estimula la competitividad y
la independencia. Los chicos suelen ser también más temerarios porque confían
más en su capacidad de éxito que temen el riesgo de determinadas conductas.
El reto educativo de la
adolescencia
Como en las demás etapas del
neurodesarrollo, el establecimiento y consolidación de los circuitos cerebrales
se modela con la experiencia, la educación y la propia conducta. Y es aquí donde volvemos
a tener una nueva oportunidad educativa.
La adolescencia es
un período de la vida en el que el cerebro tiene una gran plasticidad. Una oportunidad
para el aprendizaje y para fomentar la
creatividad.
El amor por el riesgo, el mal
control de los impulsos, la falta de autoconciencia, la búsqueda de aceptación
social, todo eso que caracteriza la adolescencia es un reflejo de los cambios
que está sufriendo el cerebro de los jóvenes.
Bien entendido puede
ser una excelente oportunidad para su educación y para su desarrollo
social.
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