sábado, 15 de junio de 2019

LA ADOLESCENCIA DEL CEREBRO

Teniendo en cuenta las estrategias planteadas por los representantes de los padres de familias en las comisiones, les compartimos un artículo sobre el cerebro en el adolescente, con el fin de generar estrategias apropiadas para la edad en que se encuentran nuestros hijos. Esta información también la pueden consultar en https://neuropediatra.org/2016/03/14/la-adolescencia-del-cerebro/


LA ADOLESCENCIA DEL CEREBRO

En los años de la adolescencia se desarrolla la identidad y la autonomía personal.
Su mayor capacidad y autonomía confieren al niño la sensación de que es adulto, pero los adultos siguen viendo solo al niño y aquí surge el conflicto.
En esta etapa crucial el cerebro sufre cambios muy importantes en su estructura. Cambios que van a estar marcados por el momento biológico de su neurodesarrollo y por las experiencias personales del adolescente.
Conocer mejor la naturaleza de estos cambios puede facilitar la comprensión de esta etapa, a veces difícil, tanto al adolescente como a sus padres. Al menos esa es la impresión que tengo tras haber explicado el contenido de esta entrada en consulta en múltiples ocasiones.
Quizá sea una buena idea que esta entrada la lean los padres con sus hijos adolescentes.

Adolescencia y cambio

El proceso de maduración cerebral –neurodesarrollo– empieza en la concepción y continúa hasta la edad adulta. Dura aproximadamente 20 años.
Es un proceso ordenado por el que las distintas áreas van alcanzando la madurez, siempre empieza por las áreas posteriores del cerebro y avanza hacia las anteriores. El desarrollo estructural y funcional del cerebro sigue un patrón universal que, en función de la edad cronológica, permite distinguir etapas: primero el desarrollo anatómico –prenatal–, luego de la autonomía motora –de 0 a 3 años–, seguido del desarrollo del lenguaje y del conocimiento del entorno –3 a 10 años– para culminar con el desarrollo de la identidad personal –adolescencia–.
Durante la adolescencia el crecimiento físico y la maduración corporal son más evidentes y rápidos que en la edad escolar. Los órganos sexuales internos y externos se desarrollan hasta alcanzar la capacidad reproductiva que les es propia.
La conducta, las emociones, las relaciones sociales, la forma de pensar, también van a sufrir un cambio espectacular.
El paso de la infancia a la edad adulta no pasa desapercibido. Podríamos decir que los cambios son igual de llamativos que los que suceden en los tres primeros años de vida, durante los cuales un bebé recién nacido y completamente dependiente, pasa a ser un niño autónomo que camina, habla y no lleva pañal.
En ambas etapas los cambios vienen dados por el rápido crecimiento y cambios corporales, que se corresponden con profundos cambios en la estructura cerebral.
En los 3 primeros años de vida, para poder alcanzar la autonomía física, el cerebro aumenta de volumenengrosando su corteza a expensas de la formación de redes neuronales. Esto incrementa el perímetro craneal que crece a más velocidad que nunca.
En los años posteriores, de los 3 a los 10 años, el volumen cerebral sigue aumentando pero a menor velocidad, al final de la infancia el cerebro ha alcanzado casi su máximo tamaño. Aún crecerá un poco más en la adolescencia, pero ahora los cambios son debidos a otros fenómenos que van a modificar radicalmente su estructura.
El cerebro adolescente sufre una reorganización. Mientras unas áreas aumentan de tamaño, otras lo reducen.

Cambios en los circuitos cerebrales

Esto sucede porque es necesario que aparezcan nuevos circuitos y conexiones que permitan sustentar el pensamiento analítico que caracteriza al humano adulto.
Hasta ahora el cerebro creaba circuitos para sustentar sus funciones más necesarias: dotar de sentido a las percepciones, controlar la postura y la manipulación, dominar el lenguaje y la comunicación. A partir de ahora debe crear circuitos que le permitan tomar decisiones basadas en el análisis crítico de cada situación. Se intuye que estos circuitos serán mucho más complejos, ¿no?
En la adolescencia el cerebro sigue perfeccionando sus capacidades cognitivas, la memoria, el lenguaje, el aprendizaje complejo… aquellas habilidades que ya domina y sigue utilizando consolidarán los circuitos que las sustentan. Las dendritas y axones que los conforman formarán sinapsis (uniones de comunicación) más rápidas, más maduras, que para ello se rodearán de mielina, una vaina que acelera la comunicación. Las habilidades que no practique usarán menos los circuitos que las sustentan y se «desharán» las uniones sinápticas en una especie de poda de lo superfluo. (Esto explica donde fueron mis conocimientos de latín y mis clases de piano…)
A la vez aparecen estos nuevos circuitos de las decisiones, más complejos, que precisan de áreas cerebrales más extensas, y a veces más alejadas, y que deben conectarse entre sí. La sede principal de estos «circuitos decisorios» es la corteza prefrontal, la que está en la parte más anterior del cerebro y por tanto la última en madurar según el programa general establecido.

La corteza prefrontal y el sistema límbico

La corteza prefrontal humana es proporcionalmente mucho mayor que la de cualquier otra especie. En ella tienen lugar las funciones cognitivas más delicadas: la toma de decisiones, la planificación de tareas y tiempos, la inhibición de un comportamiento inadecuado… y es la sede de nuestra autoconciencia.
También es imprescindible para la interacción social, porque nos permite «leer» el comportamiento de los otros, sus acciones y gestos, su mímica facial –con su carga de emociones y pistas sobre su estado mental–. Antes de que el otro hable, nuestro cerebro puede saber lo que está pensando.
Pero el adolescente aún no ha desarrollado del todo estas habilidades prefrontales.
Además, para tomar decisiones no basta con el análisis frío de los datos objetivos que nos llegan a través de los sentidos, en nuestras decisiones intervienen inevitablemente las emociones y aquí es donde interviene el sistema límbico.
El sistema límbico nos permite procesar emociones y recompensas. Cuando nos lo estamos pasando bien, cuando hacemos cosas emocionantes, el sistema límbico nos recompensa con una descarga de dopamina, lo que nos produce una sensación placentera.
En el cerebro adolescente el sistema límbico responde con más fuerza a esa recompensa en comparación con el cerebro del adulto.
Durante la maduración cerebral de la adolescencia se integran los circuitos emocionales y cognitivos y precisamente lo hacen en las áreas frontales.
En las áreas frontales se controla y aúna lo cognitivo y lo afectivo.
Para que se produzca esta «unión» entre lo racional y lo emocional se crean nuevos circuitos, nuevas sinapsis, que al principio serán débiles y fácilmente cambiantes, hasta que la habilidad de tomar decisiones mejore y, a fuerza de repetirse, se consoliden.

Las hormonas sexuales

Pero eso no es todo, entran en acción las que faltaban: las hormonas sexuales.
Aunque las hormonas sexuales están presentes desde las primeras etapas fetales –entonces intervienen en los procesos de «sexualización» del feto– y ya inducen diferencias de tamaño en las diversas áreas cerebrales. Tienen un papel muy relevante en la adolescencia, sus niveles en sangre son muy altos, son las artífices del cambio, intervienen en el desarrollo emocional, mental, psicológico y social del adolescente.
Evidentemente las hormonas sexuales marcan diferencias entre chicas y chicos, para eso sirven. No solo porque las hormonas y sus proporciones son distintas para cada sexo, sino porque aparecen a edades diferentes, antes en las chicas, y con patrones distintos: cíclico en las chicas, continuo en los chicos.
Las hormonas sexuales femeninas condicionan una maduración más precoz de las regiones frontales que procesan el lenguaje, el control del riesgo, la impulsividad y la agresividad.
En los chicos las hormonas sexuales masculinas favorecen la maduración de las regiones del lóbulo inferior parietal, en donde se integran las tareas espaciales.
El hipocampo y la amígdala cerebral también maduran y así se consolida la memoria individual y la afectividad, imprescindibles para la formación de la propia identidad. Ambas estructuras son también diferentes en chicos y chicas, lo que contribuye a las diferencias del desarrollo cognitivo y social durante la adolescencia.

Los cambios sociales

No todo es biología y genética, los seres humanos estamos continuamente expuestos a influencias culturales y educativas, a la relación con los otros y a nuestras propias decisiones.
Nuestra experiencia vital deja una huella persistente en nuestros circuitos neuronales, una huella única e irrepetible que convierte esos circuitos en específicos para cada uno de nosotros.
El cerebro adolescente es más vulnerable a las experiencias externas debido a la inestabilidad que tienen sus circuitos, que están en cambio constante. Debe afrontar cambios muy importantes y a veces se encuentra pendiente de un hilo, o mejor «pendiente de un circuito» que está por consolidar.
Se espera del adolescente la transición desde la dependencia familiar a la independencia social, y ello lo aprende a través de las relaciones interpersonales y de grupo. Pero sus iguales están en las mismas condiciones.
Todo es nuevo y por estrenar, todo son cambios, impulsos, emociones… sin olvidar el interés creciente por la actividad sexual.
La integración entre emociones y decisiones racionales aún no ha terminado de madurar, la búsqueda de la identidad propia tampoco –¿Quién soy yo? ¿Cómo soy? ¿Qué quiero hacer?– y lo que antes parecía seguro se percibe como cambiante.
En general, el cerebro femenino es más sensible a los matices emocionales y busca la aprobación social. Su prioridad es ser aceptada, a través de las relaciones de grupo busca agradar y gustar. Los estrógenos activan la liberación de dopamina (placer) y de oxitocina (apego), las conversaciones íntimas con sus amigas fortifican estas relaciones sociales y la liberación de ambas sustancias en el cerebro.
Por su parte, los chicos en general buscan el trato social sobre todo por el sexo y el deporte. La testosterona favorece la liberación de la serotonina, que tiene un papel importante en la regulación de la agresividad, y estimula la competitividad y la independencia. Los chicos suelen ser también más temerarios porque confían más en su capacidad de éxito que temen el riesgo de determinadas conductas.

El reto educativo de la adolescencia

Como en las demás etapas del neurodesarrollo, el establecimiento y consolidación de los circuitos cerebrales se modela con la experiencia, la educación y la propia conducta. Y es aquí donde volvemos a tener una nueva oportunidad educativa.
La adolescencia es un período de la vida en el que el cerebro tiene una gran plasticidad. Una oportunidad para el aprendizaje y para fomentar la creatividad.
El amor por el riesgo, el mal control de los impulsos, la falta de autoconciencia, la búsqueda de aceptación social, todo eso que caracteriza la adolescencia es un reflejo de los cambios que está sufriendo el cerebro de los jóvenes.
Bien entendido puede ser una excelente oportunidad para su educación y para su desarrollo social.


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